jueves, 12 de abril de 2012

¿Maestro o método?

Alfredo Villegas Ortega

Denis Nuñez. Como un árbol viejo. s/f
Un maestro enseña. Un maestro aprende. La escuela enseña. La vida también. Estuve seis años fuera del magisterio de 1989 a 1995. Fui ‘burócrata’ en el extinto DDF, en la Delegación Cuajimalpa, con algunos de los que ahora gobiernan desde la ‘izquierda’. ‘Mando medio’, mandan los cánones políticamente correctos: Asesor, Subdirector, Coordinador. En esos años me desvinculé de la educación. Son años en los que hice mucho por gente sin recursos. No sé si esos fines en sí, justificaban el fin último, la plataforma gubernamental, en que se sustentaban. No me arrepiento. No robé. No atropellé a nadie. Ayudé. Trabajé. Crecí. “Por sus frutos los conoceréis”, reza la Biblia. No tengo nada. Bueno, sí tengo. El cariño de mucha gente en Cuajimalpa con la que trabajé en esos años. Tengo, además, mi conciencia tranquila. Ni actitudes de ignominia ni riquezas inexplicables. Un maestro venido a ‘político’ que veía compatibles —con cierto candor— su crecimiento y el de su propio país. Un burócrata. Un mando medio. Un ciudadano más. La historia, cualquier historia o movimiento ha de leerse, desde sus causas, efectos, intereses, coyunturas, cierto, pero, también, a la luz de los personajes por menores que parezcan: ni todo brilla, ni todo está podrido. Ayer, ahora y siempre.

Luego de ese preámbulo catártico, les cuento que quedé desempleado en marzo de 1995. En septiembre de ese año reanudé mis actividades como profesor. De primaria y secundaria. Sin asistentes, ni protocolos. Otra vez, el maestro solo. En el caso de la primaria, Jesús Romero Villa, por los rumbos de Zacatenco, trabajé durante dos años con quinto y sexto. Un logro enorme fue cuando ganamos un concurso de Ecología. Mis alumnos, de clase media y baja, fueron ganándose el derecho de disputar la final sectorial. Eran cinco o seis, no recuerdo. ¿Su fuerza? Razonar, debatir, argumentar, explicar, entender. No en ese orden claro. ¿Cuál sería? Son procesos de pensamiento muy complejos. ¿El método? Les llevé artículos, videos, periódicos, datos. Los leímos y vimos. Los razonamos. Cuestionamos el porqué de las cosas. Deforestación, basura, pobreza…Querían aprenderse de memoria lo que les tocaría decir. Era y es una tradición pedagógica. Les dije que no, que en cada fase dirían cosas distintas, pero en todas, esencialmente, lo mismo. Eso fue lo que llevó a los chavos a ganar. Los demás llevaban maquetas, técnicas, videos. Hablaban de sus campañas escolares, etc. Seguro valían la pena. Lo destacable de Inés, Alejandro… —¡Uf! la memoria no me da más, perdón— era su solvencia argumentativa y su visión compleja de la realidad. Mucho de ello lo estaba aprendiendo en la maestría de Educación Ambiental en la UPN.

Cuando vi su exposición ¡Sin ningún material más que el razonamiento! Y vi a los niños y niñas de los colegios Mercedes, Tepeyac y Boston con sus maquetotas y sus relucientes uniformes; casi lloro, pero no de tristeza sino de emoción. Mis chavitos con sus parches en los codos y rodillas le daban una lección de vida al ‘político’ derrotado, al maestro. Cuando se acercaron después de su participación y aplauso de la concurrencia, hacia donde me encontraba, les dije, mientras los palmeaba como entrenador deportivo: “Buen trabajo, estoy orgulloso de ustedes, no me importa el resultado”. Ganaron. Nadie lo creía. ¡En su propia sede del Colegio Tepeyac! Gané como ser humano. Una semana después, a nivel Dirección Operativa fue otro resultado. Otros los jueces. Otras la expectativas de éstos. Decidieron por lo espectacular. Para mis chavos, seguro, fue un aprendizaje significativo. Quedamos en tercer lugar. Fueron recibidos como héroes en la escuela y, por segunda ocasión en la vida, me di cuenta de lo que significaba ser maestro. Yo aprendí más que ellos. Al menos gané más. Cuando terminó el curso, a la hora de entregar las boletas, hubo distintas muestras de agradecimiento de los padres. Yo les contesté que gracias a ellos, a sus hijos, pude reencontrarme como maestro, como persona. Mis ojos estaban nublados y mi voz quebrada.

En esa misma escuela, luego de que mis alumnos de sexto emigraran a secundaria, tuve quinto año. El grupo no tenía las potencialidades del anterior, pero, finalmente, chavos con necesidad de cariño, rápido se adaptaron a mi forma de trabajar: Antes que el método, está la interacción y la confianza. Con ello, además, ha de respirarse congruencia. Los alumnos tienen que confiar en uno. No por ser el mejor, sino por estar con ellos. Con este grupo pude ‘operar’ una idea. Le ‘vendí’ la idea a la directora de sacar los Libros del “Rincón de la Lectura”, un programa de fines nobles aunque de resultados magros. Le dije que sería mejor sacar los libros al patio para que los alumnos los leyeran. “¿Cómo? Se van a perder. Se van a maltratar”. “Yo respondo, no pasa nada —dije—. Es peor que estén arrumbados. Además, vamos a tener una especie de quiosco de lectura. Mis alumnos serán como los promotores y edecanes. Sugerirán, orientarán, anotarán aquellos libros que se presten y vigilarán que sean devueltos los que sean brevemente revisados en el recreo”.

Denis Nuñez. Después del fin. 2009
Aceptó. También hay directivos valientes y sensatos. No todo está podrido. Ni ayer ni ahora. El quiosco se ponía los viernes a la hora de recreo. Al principio los alumnos lo veían con recelo. Comían su torta, se aventaban, corrían, jugaban futbol o se sentaban por ahí. Gradualmente fueron llegando más. Con el tiempo empezaron a pedir un género específico, generalmente de terror, fantástico o rosa. Los libros que se llevaban tenían que ser regresados o refrendados en una semana. No había condiciones adicionales. “¿Le tengo que traer un resumen?”—preguntaban. “No —les contestaba— pero si tú quieres nos lo cuentas en tu salón o en la ceremonia. Si quieres escribes que te pareció, si te gustó o no. Pero sólo si tú quieres. Si no, lo entregas y ya”.

El paso previo en mi grupo de quinto año fue convencer a los padres de familia de formar lectores. Ellos se sentían, al principio, como en situación de rezago, porque en el 5º “A” la maestra trabajaba la lectura rápida. Les dije que no éramos máquinas sino seres de carne y hueso que debemos aprender a procesar ideas sin prescindir del placer de la lectura, sino al contrario. El horno no estaba para bollos, ni está. Con los libros fuera del alcance del bolsillo de los padres, les di una lista de libros para adicionarlos a los del “Rincón” y les dije que fueran a Donceles a los libros de uso. Así llegaron a la escuela, al salón: Poe, Pacheco, Exupery, Fuentes, Jiménez, Quiroga, Arreola…Regularmente la lectura es vista como algo ocioso: no produce. “A ver si ya te pones a hacer algo de provecho en lugar de estar leyendo”, parece que se oye en muchos lados. También fue (y no sé si aún es) utilizada como castigo: “El que no termine el ejercicio se pone a leer diez páginas” Repetían algunos profesores. Aquí fue al revés: El alumno que terminaba una actividad podía salir a jugar ajedrez (que les enseñé) o leer, en su banca o en el jardín, con la única condición de no hacer destrozos. La Directora me hizo esa concesión. Los alumnos cumplían porque el premio era muy bueno. No tenían, tampoco, que entregar reporte, resumen ni nada por el estilo, a menos que ellos lo quisieran. A veces me pedían que los incluyera en la ceremonia. Y platicaban lo que querían acerca del libro o de la lectura, en general, sin guión. A veces muy bien, otras no tanto. No importa. Ganaron. Se hicieron algunos lectores. Pocos tal vez. Es un problema cultural grave. Pero algo intentamos. Todavía pasados, uno, dos tres años, mis alumnos (al menos tres de ellos), me hablaban por teléfono para platicarme sus andanzas en la secundaria y, sobre todo, para presumirme el nuevo libro que estaban leyendo.

El Programa del Quiosco de Lectura, me valió una invitación del Subsecretario de la Secretaría Educación Pública para ser su asesor. Ni todo brilla, ni todo está podrido. A la postre, maestro soy. Ayer y ahora. De 1997 al 2000 seguí trabajando por la educación, en otras esferas, pero en la misma dirección: fui contratado por mis ideas pedagógicas y esas, no se canjearon. Del resultado general del proyecto educativo del país, habría que revisar casi toda la historia nacional para ver que de poco han servido. Seguimos abajo. Eso no significa que no debamos participar, al contrario. Por lo mismo, en cada espacio, salón, cubículo, taller, foro, etc., debemos aportar lo mejor de nosotros, aunque de poco valga; peor es quedarse inertes y quejumbrosos. Los maestros debemos tomar la iniciativa. Antes, debemos prepararnos.

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