viernes, 20 de enero de 2012

Villa de Casa, Tamaulipas, el Macondo que quiere seguir viviendo

José Guadalupe Rincón Andrade
Manuel Álvarez Bravo.Que chiquito es el mundo. s/f
Lejos del lugar donde nací y donde comencé a sentir las primeras sensaciones de la vida, estimulado y no deprimido por encontrarme en una de las regiones más prósperas de México y en un lugar hermoso, por algo llamado La Perla del Pacífico, en ocasiones azotado por las mismas fuerzas de la naturaleza y la sin razón, debilidad humana de pocos por fortuna de sus hijos. En una retrospección histórica, vuelvo a mi niñez y adolescencia y recuerdo con nitidez la algarabía en nuestra escuela, un edificio de sillar y adobe de cuatro paredes y techo de palma, unos cuantos niños que éramos los alumnos, unas mesas largas y bancas donde cabíamos cinco niños en cada una de ellas, nuestra maestra Sarita Mota Rincón, enseñándonos a cuadricular con cal la cancha de tierra donde en ocasiones jugábamos y realizábamos las actividades propias de los niños de un pueblo que aunque era la cabecera municipal del municipio de Casas, como Villa contaba con unas cuantas familias., a cuadricular decíamos para luego a escala hacer el mapa del Continente Americano y así aprendíamos la Geografía, ubicándonos en cada uno de los países de América. ¡ Ah, pero que hermosos recuerdos !.
Mis compañeros, los que terminamos juntos la escuela primaria: Carlos y Beatriz Martínez García, Pedro “Yuca” y Olivia Vanoye Avalos, Leonardo y Nicolasa Avalos Balderas, Delia Martínez Márquez y Antonia Escobedo Sánchez, algunos seguimos adelante y la suerte nos ayudó, aunque nos alejó de nuestro lugar de origen, encontramos nuevos espacios, algunos formaron sus familias y a otros nos absorbió el tiempo en actividades diversas y cuando nos dimos cuenta estábamos en el atardecer de nuestras vidas.
Sin embargo, recordar nuestra escuela, en nuestros momentos de nostalgia y de tristeza, el lugar de nuestros sueños, nuestra escuela primaria “Lauro Aguirre”, significa mucho en nuestro acontecer, ahí conocimos a excelentes y bien recordadas maestras y maestros a la profesora Conchita Gutiérrez. Al Profr. Ruíz, a la maestra Josefina Herrera Martínez y desde luego a quien convenció a nuestro padre, para que siguiéramos adelante, a quién Villa de Casas le debe mucho y poco hacen las autoridades, los padres de familia y quienes fuimos sus alumnos a la Profesora Sarita Mota Rincón quien ya debería de tener un monumento que perpetuara su memoria.
Qué pequeño era nuestro pueblo, pero que bonito vivían las familias, cuando escaseaba el agua, recuerdo que en barriles estirados por mulas burros o caballos la llevábamos desde lejos, esas comidas que sazonaban nuestras madres con el sabor de los hogares pueblerinos, jamás las volveremos a saborear, recuerdo a nuestro padre diciéndole a mi maestra, —ay se lo encargo, no le hace que sólo los pantalones me entregue—.Esa era la confianza que depositaban en los maestros nuestros padres, confianza que se ganaban, porque realizaban su trabajo con cariño, vocación y entrega a la comunidad.
Nuestros padres nos enseñaban las actividades en las que podíamos apoyarlos, recuerdo que era un niño de ocho o diez años y ya sabía sembrar maíz y frijol, iba mi padre con el arado tirado por mulas, abriendo surco y yo detrás de él, cada paso y medio dejando caer uno y/o dos granos de maíz, llegaba mi hermano a las ocho o nueve con el lonche y para terminar la tarea e ir a comer los alimentos, dejaba caer puños de maíz que era la semilla y que traía en el morral en donde terminaban los surcos, lo que me costaba azotes cuando los cogollitos comenzaban a crecer.
Y como recordar es vivir, qué bonita exposición de trabajos manuales realizábamos al finalizar el ciclo escolar, a través de la cuadrícula hacíamos los diferentes mapas que correspondían al programa del año que cursábamos, las actividades manuales, nos sirvieron de mucho porque luego las reproducíamos —cuando ya éramos docentes los que seguimos esta profesión—.
Los habitantes de entonces de ese inolvidable Villa de Casas, familias maravillosas que todavía recordamos con esa nostalgia ennoblecida que envuelve en el recuerdo inocente y cándido de nuestra niñez la indescriptible sensación que lleva uno dentro cuando por razones naturales te tienes que alejar de algo.
Como recuerdo y como homenaje a ellos, padres de amigos, parientes y conocidos mencionamos a quienes todavía viven mientras existamos en nuestros recuerdos: a las familias Vanoye Avalos, Rincón Vanoye, Vanoye Sánchez, Vanoye Rincón, Sánchez Rincón, Rincón Andrade, Crespo Cruz, Martínez García, Martínez Márquez, Vanoye Mota, Martínez Rincón, Martínez Avalos, Avalos Balderas, Mota Rincón, Ibarra Avalos, Lara Vázquez, Escobedo Avalos, Vanoye Vargas, Mota Vargas, Rincón Vargas etc.
Si hemos de concluir este relato de la misma manera que lo iniciamos, al término de nuestra educación primaria en el año de 1954, era necesario prepararnos en los meses de julio y agosto y hasta en eso se preocupó nuestra querida e inolvidable maestra, de tal suerte que nos llevó a la capital del Estado, Ciudad Victoria, distante unos cuarenta kilómetros y ahí en la escuela primaria “Victoria”, realizamos nuestro curso, con la suerte que al presentar el examen de admisión en la escuela Normal Rural “Lauro Aguirre” de Tamatán, alcanzamos el lugar 25, de quinientos que aspirábamos a ingresar quedando becados automáticamente durante los seis años que duró nuestra educación secundaria y profesional.
De los recuerdos chuscos y hasta inolvidables que de esta etapa conservamos, nunca se borrará de nuestra mente, la hermosa imagen de nuestra madre que con un dejo de tristeza y melancolía veía la partida del mayor de sus hijos y la preocupación de nuestro padre, porque lográramos lo que queríamos para seguir adelante y así, antes de presentar el examen de admisión, por la tarde-noche de un día lluvioso del mes de agosto de 1954, salimos de Villa de Casas rumbo a la capital Ciudad Victoria, con la moral muy en alto por la nueva experiencia que para nosotros, campesinos humildes y pueblerinos temerosos era una novedad.
Sin embargo a los cuantos kilómetros que llevábamos de recorrido, en un camión de redilas que llevaba como carga una vaca, unos costales de maíz, un puerco, una señora con sus dos hijas, mi padre y yo, comenzó a tener dificultades, ya que se atascaba en el lodazal cada kilómetro o kilómetro y medio, de tal suerte que faltando unos treinta kilómetros para llegar a la capital y unos diez para llegar al camino pavimentado, ya que ahí estaba el pequeño aeropuerto donde llegaba “La Guajolota”, así llamaban al avión de unas cuantas plazas que unía a Ciudad Victoria con la Capital de la República. Hasta ahí llegamos mi padre y yo, con el lodo hasta las rodillas, después de caminar casi diez kilómetros en la obscuridad varias horas para tomar un automóvil que salía a las cinco de la mañana cuyo destino era Ciudad Victoria, así después de tantas peripecias, llegué, presenté mi examen y heme aquí después de sesenta años contando esta nostálgica pero sentida experiencia.
Si bien es cierto que la villa de Macondo, la de García Márquez, fue fundada por José Arcadio Buendía y los miembros de su expedición, formada por varios amigos, sus esposas, hijos, animales domésticos y toda clase de utensilios en busca de la salida al mar y un Macondo soñado por José Arcadio con casas de paredes de espejo, la Villa de Casas, llamada originalmente Tetillas, nombre que después fue cambiado por el de Croix en honor del Virrey de la Nueva España, el Marqués Carlos Francisco de Croix y después en 1872 cambiado por el de Casas, en honor de Juan Bautista de las Casas, vecino del lugar e insurgente de la Guerra de Independencia.
Decimos y lo afirmamos que Villa de Casas es el Macondo que quiere seguir viviendo, porque los mismos sueños de José Arcadio Buendía y los miembros de su expedición, son los nuestros, los que nacimos ahí pero que el destino nos llevó a otros lares, los que vemos que las originales familias de Villa de Casas, han emigrado o por razones naturales ya se han ido, pero nosotros en la lejanía física pero la cercanía espiritual, seguiremos recordando a Villa de Casas como García Márquez a Macondo en sus novelas: Cien Años de Soledad, Los funerales de Mamá Grande, La mala hora, El coronel no tiene quien le escriba y La hojarasca.

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